El viento, tanto viento. Un océano entero ruge en una pequeña playa. Cientos de pájaros revolotean encima de las olas y corren por la arena. La mirada queda perdida en un sinfín: el gris metálico del agua se confunde con un cielo lácteo sin incidentes ni luz. Del otro lado del camino, una tierra que parece abandonada a su suerte, seca.
La carretera irrumpe en el medio de este escenario. Abandona la ciudad donde el sol es infrecuente, y cruza poblaciones, una tras otra, que parecen obras inacabadas, con paredes despintadas a medio terminar. Y luego ghettos de ricos, cercados, que sugieren un motivo para futuras revoluciones.
El océano Pacífico está allí todo el tiempo. Habla en voz alta. Acarrea el olor a mar, complejo, generador de recuerdos y nostalgias futuras. Choca contra las paredes de los acantilados, donde tal vez vivieron los antiguos. Es verano, la humedad arrecia.
Llega la noche. Hay luna casi llena pero las nubes lo ocultan todo. Mi mente, sometida al insomnio, de repente se llena de olas, en vez de penas. Al fin duermo, a unos 120 kilómetros al sur de Lima.
como siempre, un bello relato, lleno de imagenes contundentes, completas. by the way, on the road. along again, naturily....
Publicado por: Ana María Piola | 24/01/2008 en 09:38 p.m.