No era una noche cualquiera aquella en que se me aparecieron los héroes griegos en la barra del restaurante La Gloria de Lima. Había ido por un G&T y por una cena importante con el fin de despejar los fantasmas que me asediaban una solitaria noche peruana, cuando saltó a mi vista un texto de introducción al menú que concluía: 'Salud, Aquiles'.
El menú de este restaurante comienza con una cita a una líneas del canto IX de la Ilíada, donde los héroes liban y comen en territorio de Aquiles, a quien quieren convencer para emcabezar la ofensiva. Todo comienza cuando el héroe del talón dice: '¡Hijo de Menecio! Saca la cratera mayor, llénala del vino más añejo y distribuye copas; pues están debajo de mi techo los hombres que me son más caros'.
Y sigue: 'Así dijo, y Patroclo obedeció al compañero amado. En un tajón que acercó a la lumbre puso los lomos de una oveja y de una pingüe cabra y la grasosa espalda de un suculento jabalí. Automedonte sujetaba la carne; Aquiles, después de cortarla y dividirla, la espetaba en asadores; y el Menecíada, varón igual a un dios, encendía un gran fuego; y luego, quemada la leña y muerta la llama, extendió las brasas, colocó encima los asadores asegurándolos con piedras y sazonó la carne con la divina sal. Cuando aquélla estuvo asada y servida en la mesa, Patrocio repartió pan en hermosas canastillas; y Aquiles distribuyó la carne, sentóse frente al divino Ulises, de espaldas a la pared, y ordenó a Patroclo, su amigo, que hiciera la ofrenda a los dioses. Patroclo echó las primicias al fuego. Metieron mano a los manjares que tenían delante, y, cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, Ayante hizo una seña a Fénix; y Ulises, al advertirlo, llenó de vino la copa y brindó a Aquiles: ...¡Salud, Aquiles!'.
Pero Agamenón, el jefe de la guerra contra Troya, no se había limitado a enviarlos a una cena para convencer a Aquiles de liderar los combates. Había anunciado que 'le daré también siete mujeres lesbias, hábiles en hacer primorosas labores, que yo mismo escogí cuando tomé la bien construida Lesbos y que en hermosura a las demás aventajaban. Con ellas le entregaré la hija de Briseo, que entonces le quité, y juraré solemnemente que jamás subí a su lecho ni me uní con ella, como es costumbre entre hombres y mujeres’.
Imperan las buenas costumbres. Quien haya leído los libros de Homero recordará que los héroes no toman agua sino vino, cada vez que pueden. Una cosa digna de hacer notar en este fragmento de la Ilíada es el condimento: ‘divina sal’.
Esa noche en La Gloria todo salió estupendo. Por suerte, no es un lugar mitológico. Al final de la cena decidí que cada uno lucha su propia guerra de Troya. El problema es que no sabía si estaba ganando o estaba perdiendo.
Que buen texto. Asi que me cuentes las odiseas de homero y aquiles en la oreja. Anexale un link de Omar Kayyan
..."¿Por qué vendes tu vino, mercader?
¿Qué pueden darte a cambio de tu vino?
¿Dinero? ... ¿Y qué puede darte el dinero?
¿Poder? ... ¿Pues no eres el dueño del mundo
cuando tienes en tus manos una copa?
¿Riqueza? ... ¿Hay alguien más rico que tú,
que en tu copa tienes oro, rubíes, perlas y sueños?
¿Amor? ... ¿No sientes arder la sangre en tus venas
cuando la copa besa tus labios; no son los besos del vino
tan dulces como los más ardorosos de la hurí?
Pues si todo lo tienes en el vino, dime mercader:
¿por qué lo vendes?
Poeta, porque haciendo llegar a todos mi vino,
doy poder, riquezas, sueños, amor...; "
Publicado por: mariveni | 07/02/2008 en 12:44 p.m.