En mi ciudad hay una montaña mágica donde es posible perderse pero es más fácil encontrarse. Internarse por sus senderos es entrar en otra dimensión, lejos y a la vez cerca de la decadencia urbana. La llaman El Ávila.
Aunque su silueta verde es ineludible, la montaña es casi un secreto. Muchos de los ciudadanos ni siquiera la conocen, y para quienes recién llegan a Caracas surge como un don inesperado, un hito del cual nadie les había hablado antes. Pero quien la ha descubierto, ya sea como una visión o como una aventura, tiene dificultades para sacársela del pensamiento. Los caraqueños, cuando migran, suelen convertir a esta montaña en objeto de sus nostalgias.
Por supuesto que hay muchos misterios relacionados con esta montaña. El mayor de los cuales tiene que ver con la existencia de un lugar así, con selvas, arroyos transparentes, y varios tipos de ecosistemas al lado de una ciudad donde hay una crisis de calidad de vida, generada por situaciones como la delincuencia, el tráfico, y el deterioro.
Otro misterio es la forma en que crea adicción entre quienes se habituan a subirla. También es inquietante la forma en que el rumor de la ciudad, aparentemente omnipresente, se apaga de repente al doblar una curva. O como una caminata corta puede incluir un sol abrasador o la sombra de lugares donde rara vez llega la luz.
Recuperé El Ávila este fin de semana. Fui con Adriano, mi hijo, siguiendo el curso de un arroyo, en medio de un silencio orgánico, caminando a través de una penumbra interrumpida por mariposas y por el sonido del agua. Parecía un duende, en medio de la selva profunda. Pero alas, la ciudad estaba allí mismo, a la vuelta de una loma.
recogiste semillas del suelo para aplacar la sed y enjuagar la boca? Se pasan las horas mientras ellas bailan de un lado a otro de la lengua. Ayudan tambien a pasar la subida de "la palida" como la bautizara el Gran Coco Peo
Publicado por: mariveni | 19/02/2008 en 01:45 p.m.