El lanzamiento de boomerang es un deporte solitario cargado de poesía: hay un diálogo con el viento, la coreografía necesaria para ponerlo en movimiento, luego el vuelo y la contemplación, después el retorno al punto de partida que genera una metáfora muy poderosa para nuestras vidas, y durante todo ese proceso, la introspección. Los pensamientos, las ideas, las emociones también, van y vienen, a toda velocidad.
Luego queda el dolor del brazo. Pero además está ese raro alivio que produce una actividad en la cual hay una descarga de naturaleza casi sentimental. Es como pegarle a una pared. Sólo que es todo lo contrario. La fuerza, en este caso termina a generando una travesía espectacular y luego, al final, la alegría del regreso. Porque, aunque suena raro decirlo, cuando el boomerang regresa, en ese breve instante, se experimenta algo parecido a la felicidad.
Todo esto lo anoto después de haber lanzado boomerang, o bumeranes, durante varios días, con el fin de contener nostalgias, de aclarar ideas y también porque es un deporte que practico hace varios años. En Venezuela, Chile, Italia, Suiza, Brasil. Todos lugares a los que, casualmente, también he regresado.
Esta vez fue en Ginebra, donde vine para una conferencia. Antes he vivido aquí, aunque no fue planificado. Fue una de esas cosas que te ocurren en la vida. Fueron tres años muy intensos. Quizás por eso cuando vuelvo tengo un sentido de pertenencia. Inesperado, debo decirlo. Pero muy potente. Y recuerdos, muchos, algunos felices otros menos. Pero una de las cosas que siempre hice aquí, fue lanzar boomerang.
Durante la última semana, entre lluvia y lluvia, fui al cuadrado de césped detrás de la Organización Mundial de Comercio, junto al lago Lemán, a lanzar boomerang.
Ví al frente, en la otra orilla, las colinas sembradas de mansiones donde también estaba la del doctor Frankenstein, o más bien la casa arrendada por Lord Byron donde Mary Shelley escribió la novela, que comienza en Ginebra. Más allá de la ciudad vieja, el cementerio donde está enterrado Jorge Luis Borges, y en la colina en el centro la iglesia rusa que aparece nombrada en ese cuento donde Borges se encuentra a si mismo, mucho mas jóven, y trata de confirmar si es cierto haciéndole preguntas ginebrinas.
Busco 'Borges' en mi casilla de Gmail y encuentro un fragmento de una carta que escribí hace un tiempo: "La tumba de Borges está a una cuadra de mi casa colocada debajo de una haya, o al menos creo que ese es el nombre de un árbol que parece pino pero tiene unas pequeñas frutas rojas. Toda la lápida está rodeada, este otoño, por esas frutas, caídas. Al frente hay un banco donde te puedes sentar, e incluso quedarte ahí hasta que cae la noche, a las 5 de la tarde, y entonces te das cuenta súbitamente de donde estás: en un cementerio. Un hermoso cementerio, un jardín lleno de preciosas semillas".
Siempre hay un par de boomerang en mi maleta, por si los necesito. El viento de primavera, como el de esta semana, suele hacer más grande el desafío, porque es fuerte y cambia. Al principio cuesta lograr el regreso, se corre mucho, pero poco a poco empezamos a comprender las corrientes de aire, a entender la forma en que soplan, a aprovechar sus diferentes intensidades. De pronto, el boomerang comienza a completar su periplo, y luego todos los lanzamientos suelen terminar bien.
Una de estas tardes vino mi amigo Shi..., quien además estaba necesitado de conectarse consigo mismo. Después de una hora, logró hacer volver el boomerang. Fue en ese momento cuando me percaté de lo poderosa que es la imagen del regreso, y de la alegría que puede producir. A mi me pasa lo mismo, pero a veces no me doy cuenta.
Los boomerang llegaron por casualidad. Estaba en Roma, donde visitaba a Cam... en 1992, y durante un paseo por el mercado de Porta Portese conocí a otro sudamericano, recién llegado de Australia, que me vendió los primeros tres boomerang y me explicó como lanzarlos, y me habló del viento. Terminé en un parque realizando los primeros vuelos.
Con intervalos variables, siempre he practicado. Se requiere un espacio grande, como el que he usado en Ginebra, o como el Parque Araucano de Santiago, donde vivo. Y debe estar vacío, porque a veces los vuelos son impredecibles, o comienzan mal, y aunque son livianos los boomerang de verdad, es decir los de volar y no los de colgar en la pared, al regresar impulsados por el viento también son peligrosos.
En general hay bastante ignorancia respecto al lanzamiento de boomerang. No son armas, sino todo lo contrario. Y no deben lanzarse horizontales, sino casi verticales a 45 grados de donde viene el viento en contra. Además, son diferentes los boomerang para diestros que los de los zurdos, y esto es importante. Porque tiene que ver con la aerodinámica.
Nada más. Ahora que escribo esto, me doy cuenta que la conferencia termina y también estoy regresando, esta vez a Sudamérica, otra vez la metáfora del boomerang. Pero no funciona siempre, a veces perdemos cosas que no vuelven jamás, como todos sabemos.
El búmeran o bumerán (del inglés boomerang, transcripción directa de la pronunciación aborigen de Australia) es un arma que tras ser lanzada regresa a su punto de origen debido a su perfil y forma de lanzamiento especiales. Perteneciente a la clase de los bastones arrojadizos se utiliza para aturdir y, en casos excepcionales, matar a pequeños animales u hostigar a la infantería enemiga durante la batalla. Cualquier material es válido para construir un bumerán: madera, plástico, cartón, fibra de carbono, aluminio, etc.
Consiste en un palo de una longitud variable, pero raramente superior a 50 cm, ligeramente curvado en ángulo hacia su mitad (lo que le confiere el efecto necesario para describir vuelos circulares). Puede ser redondo o con los bordes afilados, aunque también existen modelos con forma de aspa.
Su capacidad de describir vuelos de ida y vuelta se debe a su curvatura y tallado; pero también en gran medida a la habilidad y la técnica del lanzador.
Publicado por: Anónimo | 11/12/2009 en 05:35 p.m.