Por estos días millones de personas en todo el mundo tratan de retroceder a través del tiempo, unos 40 años, para recordar qué estaban haciendo el 20 de julio de 1969. Intento hacer esa travesía con resultados deplorables: veo una televisión en blanco y negro y una vida que transcurría en technicolor. Pero me falta el momento justo: ¿qué pasó a mi alrededor cuando el primer terrícola puso un pié en la luna?
Estoy seguro que esperábamos la noticia de ese primer paso lunar, pero lo estoy con esa seguridad de las memorias infantiles. Había una televisión, la primera de nuestras vidas, que por entonces transcurrían en Caracas, una ciudad inocente. Recuerdo vagamente las imágenes de esa figura espectral mientras da el famoso “gran salto para la humanidad”. Pero es cierto que he visto la escena muchas veces después. Incluso ayer, en el sitio de la NASA.
Ese día, después de milenios de asombro y adoración, de preguntas sin respuesta, de supersticiones, y del influjo de las mareas y la locura de los lunáticos, de las teorías de astrónomos y astrólogos, y en tiempos más cercanos a ese 1969 también después de colecciones de ciencia ficción con aventuras desopilantes y de una guerra fría muy caliente, se construyó un cohete llamado Saturn V, protagonista de la misión Apolo 11, que zarpó al espacio con tres astronautas, cuyo módulo Eagle depositó a dos de ellos en la Luna ese 20 de julio, que en algunos lugares del mundo era 21 (incluso en la zona GMT).
La década de los 60 fue escenario de la carrera espacial entre las superpotencias. En esa época, el espacio exterior era el futuro y por eso no es extraño el influjo que todavía hoy ejerce el momento de ese primer alunizaje.
Era un mundo absolutamente desconectado si lo comparamos con este, pero las imágenes de la Luna se transmitieron en directo. “Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”, dijo al astronauta Neil Armstrong. La frase, que en realidad pronunció como si la estuviera leyendo de un pedacito de papel pegado en el visor del casco, ahora esta inscrita en bronce, al nivel de “en el principio fue el verbo”.
El otro astronauta del día, Buzz Aldrin, quien aún estaba en la escalerilla, le dice: “se ve muy bonito desde aquí Neal”, lo cual no tuvo demasiada trascendencia. El diálogo, que está disponible a lo largo y ancho de internet, no es particularmente revelador. “Qué magnifica vista”, comentó Armstrong en una de sus frases. “Magnífica desolación”, sugirió Aldrin.
Desolación. El disco luminoso que nos sorprendía con sus cambios de fase y con su potencia y que resultaba tan sugerente era, a simple vista, un pedazo de roca polvorienta llena de hoyos. Pero se trataba de “nuestra luna”, y al mismo tiempo aparecía como el primer escalón en la inevitable conquista interespacial.
Sin embargo, la luna fue visitada por última vez en la primera mitad de los años 1970. Los seres humanos no salen de la órbita terrestre desde aquellos días de bipolaridad, música rock y dictaduras. La conquista de Marte cayó en el olvido. Y muchos deben pensar que el futuro ha sido una desilusión, que algo nos privó de autos voladores y paz universal.
Esa era una época de grandes imaginaciones, no hay que olvidar esto. En la televisión pasaban las aventuras de la nave Enterprise, en la serie Star Trek, que por entonces cuando hablábamos más castellano llamábamos Viaje a las Estrellas. En 1968 se había estrenado un clásico del cine de todos los tiempos, “2001: odisea del espacio”. Ese más allá espacial era territorio de esperanzas, y nuestro natural satélite brillaba por doquier: “Vuélame a la Luna, déjame jugar entre las estrellas, déjame ver como es la primavera, en Júpiter y Marte”, cantaba Frank Sinatra.
Ese 20 de julio de 1969 (ya era de noche en América Latina) se registró este punto culminante en la carrera espacial.
Se han escrito todo tipo de textos sobre este acontecimiento, las imágenes forman parte de la iconografía popular, los astronautas son personajes emblemáticos. Hay quienes tejen teorías sobre conspiraciones y aseguran contar con pruebas fehacientes de que todo el alunizaje no fue más que un montaje y en realidad el Apolo 11 nunca llegó hasta allá.
Quienes hablan de ese año 1969 suelen mencionar hitos como el festival de Woodstock, al final de una década sin indiferencias, pero casi siempre omiten o desconocen otro hecho de inmensa relevancia.
En unas universidades de la costa oeste de Estados Unidos comenzaba una revolución cargada de futuro. En octubre de 1969, sin la atención de las cámaras, ni de ningún tipo de prensa, en un anonimato que hoy parece ridículo, un grupo de investigadores conectó por primera vez dos computadores en red. Imposible haber notado que era el inicio de la odisea ciberespacial que demoraría más de 20 años en desencadenarse a través de internet.
Después de sumar todas estas palabras a las toneladas de cosas que se escriben en todo el mundo sobre los 40 años en la Luna los recuerdos no se vuelven más transparentes. Entonces agarro el teléfono y hago una llamada de larga distancia.
“Claro que me acuerdo, quisimos que estuvieran despiertos, fue como a las 9,30 pm ya habían cenado y estaban echados en el piso con los codos apoyados y la cabeza en las manos mirando la pantalla y les decía ‘no olviden esto nunca jamás’. Fue en el edificio Murachi en El Marqués en Caracas. Todo el mundo estaba viendo eso. ¿Ya no te acuerdas?”, dice mi madre.
De pronto creo recordar algo de esa época, cuando tenía 7 años. Pero quien sabe, tal vez sea una ilusión.
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